NÚMENES
UNA COSA SIGUE A OTRA,
PERO TODAS NO HACEN SINO PASAR.
RAFAEL SAN JUAN
Ante la obra de este joven maestro muchos son los recuerdos que se agolpan en mi memoria. Uno de ellos alude al traslado del David, la monumental escultura de Miguel Ángel, por las calles de Florencia.
Esta hazaña la refiere Manuel Mujica Lainez en su libro Bomarzo, en el que explica que «durante cuatro días, el gigante de mármol recorrió el camino que separaba el taller del maestro de la Plaza de la Señoría, cuarenta hombres tiraban de él por las callejas, y la escena se vincula, plásticamente, con otras muy antiguas, como la del corcel troyano». Ese David original yace hoy en la sala principal de la Academia, en la ciudad de los Médici, mientras que una réplica ocupa hoy su lugar en la plaza pública. Otro pasaje memorable se refiere a Leonardo da Vinci y el modelo de arcilla que realizaba del caballo de la estatua ecuestre de Francisco Sforza, el cual quedó completamente destrozado por las tropas de Luis XII de Francia, al tomarlo como blanco para sus entrenamientos de tiro.
Pues bien, con técnica que recuerda a aquellos genios renacentistas, Rafael San Juan ha estudiado cada parte del cuerpo humano hasta penetrar en la maravillosa mecánica de su naturaleza. Así, como pocos artistas de su generación, ha logrado hallar las razones ocultas de la vida o el resorte mágico del alma. Más que reunir fragmentos, este joven maestro sabe conseguir que los espacios dejen de ser realidad virtual para emerger en la inmanencia de las cosas. Como si hubiese hallado la piedra filosofal, mediante el empleo de láminas y estructuras, logra recrear –más que reproducir– esa verdad que el ser humano supone en medio del Universo.
Al conocer de sus magnos proyectos, soñé que La Habana podría tener el privilegio de alguna obra suya de carácter monumental, mirando al seno de la bahía, donde la imagen de esta ciudad parece escapársenos entre los dedos, envuelta en el misterio de su existencia como villa secular. Que esa escultura tuviese un rostro bello, como aquel que esculpió Giuseppe Gaggini en mármol estatuario para simbolizar a la hija del cacique Habaguanex, con adorable perfil griego mágicamente coronado de plumas. Que este rostro mire al infinito, henchido de cubanía, y sea el legado de Rafael San Juan a esta tierra suya, donde cristalizó su genio digno del arte universal. Que estas letras queden como una expresión de gratitud, más que un exordio, a la excelencia de su obra.